La mesa, objeto cotidiano y núcleo de la vida doméstica, se convierte en el eje de una exploración sobre la presencia, la ausencia y el refugio. Esta obra juega con la percepción y el simulacro, utilizando una fotografía impresa a escala real que representa un cuerpo bajo la superficie de vidrio, generando la ilusión de una persona oculta en un gesto de protección o aislamiento.

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La elección de una mesa antigua de madera no es arbitraria. Esta mesa fue encontrada en el mismo lugar donde se instala la obra, lo que le otorga una carga simbólica aún más profunda. Su materialidad evoca la memoria, la historia y la permanencia, mientras que el vidrio introduce un elemento de fragilidad y transparencia, permitiendo que la imagen de la figura atrapada bajo ella se perciba con ambigüedad: un refugio o una celda, un escondite o un encierro involuntario. La fotografía, capturada en el mismo espacio donde la mesa se sitúa, refuerza la idea de la superposición de tiempos y realidades, desdibujando la frontera entre lo tangible y lo ilusorio.

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En términos conceptuales, el refugio se presenta aquí como una estrategia de resistencia y adaptación, evocando la infancia, donde los espacios reducidos y privados se transformaban en territorios de seguridad. Pero también plantea una reflexión sobre el hogar como un espacio de extrañeza, donde la necesidad de ocultarse surge como respuesta a una incomodidad latente.

Así, esta pieza se erige como un umbral entre lo físico y lo psicológico, lo real y lo representado, invitando al espectador a cuestionar su propia relación con los objetos, la intimidad y la memoria de los espacios habitados.